viernes, 27 de enero de 2017

Paula R. Mederos: «El gran poder que tiene la mujer es su fuerza interior, y eso asusta»

Paula R. Mederos (Tenerife, 1993) comenzó a escribir a los seis años. A los diecisiete llegó a La Laguna, donde comenzó a estudiar Filología Hispánica y Filosofía, carreras que pronto abandonó para centrarse en otros intereses: actuaciones teatrales, misceláneas literarias y jam sesions. Durante tres años dirigió, en colaboración con Adrián Arvelo, los micros abiertos de poesía en los bares El Otro y El rincón de Tintín. También ha participado en diversos recitales en locales de Madrid y colaborado en la revista Pro-Vocación, dirigida por Escandar Algeet. Desde 2008 escribe en el blog La copa rota. Pequeñita (Ediciones En Huida, 2016) es su primer poemario.

-Pequeñita se presenta como un rotundo ejercicio de introspección, un desgarro semejante al que Francisco Umbral exhibe en Mortal y rosa. En uno de sus poemas escribe «Ahora solo siento la tortuosa necesidad de verme por / dentro», y que, en mi opinión, ejemplifica el sustrato intencional sobre el que se articula el libro. ¿Piensa seguir militando de forma ortodoxa en esa línea estética confesional o tiene la intención de explorar otros caminos, otros enfoques poéticos –sean los que sean–?

Cubierta del libro
Después de Pequeñita he comenzado a buscar nuevas formas de expresión; me gustaría usar más herramientas, servirme del cuerpo y no solo de la palabra. Por eso he empezado a trabajar con las performances, quiero añadir el aspecto visual. Como bien resume esa frase, «siento la tortuosa necesidad de verme por dentro», y eso no cambiará. Veo necesario escribir desde la experiencia, y eso es lo que me impulsa a trabajar y a vivir la literatura.

-En el libro deja constancia de la influencia que para usted han tenido autoras como Angélica Liddell y Alejandra Pizarnik, de quienes ha adoptado la idea de que la experiencia del dolor humano se refleje en su forma más cruda y directa, sin el ocultamiento mediante diversos subterfugios retóricos en el que suele incurrir el enfoque masculino. En este sentido de nitidez extrema o transparencia radical, ¿piensa que las poetas se encuentran mejor capacitadas para la exposición de los sentimientos que los hombres?

Es cierto que tanto Angélica como Alejandra me han influido de una manera más profunda que cualquier otro autor, porque me identifico con su visión del mundo y, además, he encontrado en ellas el valor para contar las cosas tal como las siento. Antes me preocupaba mucho de medir mis palabras para no llegar al punto de lo «desagradable»; ahora soy capaz de escribir que me siento como un cadáver sin pensar en herir los sentimientos de nadie. Pero que Pizarnik y Liddell me hayan conducido a esto no me lleva a afirmar que las mujeres estén más capacitadas para exponer los sentimientos. Poetas como Al Berto se me han agarrado al pecho y me han dado un vuelco a la cabeza, instalándome en la belleza como pocas personas lo han conseguido.

-Lo físico adquiere un protagonismo determinante –casi obsesivo– en el libro. Dentro de ese interés por lo físico usted pone el énfasis en la vulnerabilidad del cuerpo, que presenta como una máquina receptora de enfermedades hasta que la muerte se apodera de él. Sin embargo, tras esa reivindicación a priori sombría de la vulnerabilidad, lo que parece querer decirle al lector es que la fortaleza humana no se hará efectiva si antes no asumimos la fragilidad que nos envuelve...

Desde muy niña he convivido con la enfermedad y la muerte, crecí en un pueblo donde se anunciaba por megafonía cada vez que alguien fallecía. He visto a mi madre pasar dos veces por un cáncer, y muchos más seres queridos que se han ido o han estado a punto de hacerlo. Supongo que mi manera de asumir tantas emociones fue escribir, y esto me dio la oportunidad de palpar las cosas que sucedían a mi alrededor y, a la vez, distanciarme de ellas para que no se me llevaran por delante. En cuanto a la fortaleza, mi madre tiene un papel fundamental: frente a mi visión negativa de la vida se encuentra ella, que es la luz y el optimismo personificado. Ella me ha enseñado a ver que todo lo que duele, asusta, pero que esto mismo es lo que nos hace humanos.

Paula R. Mederos

-En las páginas de Pequeñita existe una crítica a la cosificación de los sentimientos impuestos desde la industria del espectáculo, que no duda en deslegitimar por fraudulentos. Por ejemplo, frente a esa obstinación que tienen los productos de la industria por el final feliz, usted insiste en reivindicar la tristeza incluso como final, al tratarse de un sentimiento insoslayable con el que no queda más remedio que aprender a convivir. ¿Qué puede decir al respecto?

Como ya he dicho, mi visión de la vida es bastante negativa, y la melancolía es mi estado anímico por antonomasia. No puedes estar de acuerdo con los finales felices cuando el mismo amor lo concibes como un acto de tristeza.

-El poema «Mis muñecas ya no hablan» es una denuncia a las emociones artificiales que se inculcan simbólicamente durante la infancia (en este caso a las niñas). Ese poema puede vincularse con uno de los aforismos del libro que dice «A Eva la echaron del Edén porque manchaba». Ambos ejemplos poseen un importante trasfondo feminista. ¿Piensa que la poesía escrita por mujeres debe, sine qua non, poner el acento en la crítica del patriarcado?

Ese poema en concreto lo escribí a partir de unas notas que tenía en un cuaderno de cuando era pequeña, y me pareció precioso pensar que sigo creyendo en las mismas cosas. Supongo que uno se da cuenta, antes o después, del papel que ha jugado el patriarcado en nuestra forma de crecer y de vivir, y en ese momento comienza a lucharlo. Siempre he pensado, referente a lo de Eva y Adán, que sí, la expulsaron porque manchaba, pero manchaba con qué. Creo que el gran poder que tiene la mujer es su fuerza interior, y eso asusta. Supongo que de ahí nace la violencia. El trabajo de la poesía escrita por mujeres es ser ellas mismas, sin censura: ésa es la mayor crítica.

-Por último, ¿qué le diría a los lectores para se aproximen a las páginas de Pequeñita?

Pequeñita es un libro muy duro de leer (y de escribir), pero pretende ser un escaparate de este miedo a la muerte que nos anula. Es un lugar al que asomarse para prepararse ante lo que vendrá. Y, al contrario de lo que pueda parecer, es un canto a la ternura. Es sentirse una niña asustada por el peso del mundo y, a la vez, es encontrar el equilibrio para poder soportarlo.

Por Benito Romero

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